No, no soy amable, dijo el teniente, ninguna tuerca lo es..
Nuestro destino estaba echado desde el primer día. ¿Teníamos derecho a equivocarnos?
(...)
Una suerte sin dados. Un poker sin cartas. Hace treinta años instálose una dictadura militar. El golpe lo llamaron, lo buscaron, siempre lo supieron. El fascismo llegó finalmente. El héroe fascista se masturba con las armas, son su Ersatz fálico: sus juegos de guerra se deben a una invidia penis permanente. Masturbadores perpetuos. Cuidadores de la bóveda donde sus patrones guardan el oro rojeante. No son más que prostitutas del poder. No nos digan que no supieron lo que vendría. Desde Textil Progreso no vimos cuando incendiaron La Moneda ni sentimos los rockets ni escuchamos el último discurso del compañero Presidente en donde llamó a evitar un demarramiento de sangre porque ese 11 de septiembre de 1973 supo que un pueblo unido no bastaba.
(...)
Pregunté a mi amigo y novel escritor si no era demasiado ingenuo haber creído como creímos. (...) "Ustedes no fueron tontos. Hicieron lo que debían hacer" -dijo soberbio. "No hables de errores" -me recriminó con soltura como si supiera. ¿Y ahora qué nos queda? Sobrevivir al desastre. Fracaso, eso es. Héroes del fracaso. No supimos ver ni medir ni cuantificar ni acertar al blanco sólo rasmillamos por encimita mientras que otros si lo sabían. Las botas. La metralla. Las boinas negras. Los corvos. El odio. El dinero ahí escondido resguardado por las balas. Las putas están cuidándolo.
Sólo nos resta sobrevivir, me dijo.
Es lo único que nos queda, contesté.
Texto extraído de
Conocí la muerte volando en una camisa blanca de Rosa Alcayaga.
0 comentarios